Era, pues, noviembre de 1994, una tarde de domingo otoñal en que la lluvia no era lo bastante plúmbea para sepultar mi adolescencia, pero sí para atemperar mi romanticismo pleno y enérgico en un ensueño melancólico.
Acababa de despedirme de mi primer amor (estábamos aún en la primera fase en la que ya comenzaba a vislumbrar ciertas contradicciones que abocarían en catástrofe) tras compartir un almuerzo. No hacía un minuto que bajaba por la Calle del Hospital, lindante con el Centro de Arte Reina Sofía, cuando una ciclópea presencia fue cobrando forma en escasos segundos a mi atónita vista.
En el patio trasero del centro, erigíase una escultura del camarada Lenin, de las que podríamos considerar "medianas", aunque por lo insólito de su presencia en un recóndito lugar de Madrid, sus dimensiones impresionaban. Adivinábase que su estancia era temporal, al menos en aquel patio mojado por la fina lluvia. Quizá su destino fuera una exposición aún no anunciada, o una escala técnica para proseguir viaje no sabríamos a dónde.
Perplejo y boquiabierto, comprendí de inmediato la unicidad de la ocasión, por lo que bajé raudo a casa a coger mi cámara automática de carrete, pues seguro estaba de que, cuando lo contara a mis jóvenes camaradas, no me creerían. Retorné, lo inmortalicé, y solamente una vez cumplido esto, avisé a mis dos camaradas más cercanos de entonces, que tras sus iniciales chanzas incrédulas, tuvieron la suerte de tragárselas casi sin digerir. No había desaparecido, pues hasta para aquel pétreo Lenin un lluvioso domingo no ofrecía gran cosa que hacer.
Aquí tenéis, pues, este fugaz testimonio capturado para siempre, y me congratulo de que forme parte de este ambicioso y obsesivo proyecto de uno de mis más queridos camaradas.
I.
Perplejo y boquiabierto, comprendí de inmediato la unicidad de la ocasión, por lo que bajé raudo a casa a coger mi cámara automática de carrete, pues seguro estaba de que, cuando lo contara a mis jóvenes camaradas, no me creerían. Retorné, lo inmortalicé, y solamente una vez cumplido esto, avisé a mis dos camaradas más cercanos de entonces, que tras sus iniciales chanzas incrédulas, tuvieron la suerte de tragárselas casi sin digerir. No había desaparecido, pues hasta para aquel pétreo Lenin un lluvioso domingo no ofrecía gran cosa que hacer.
Aquí tenéis, pues, este fugaz testimonio capturado para siempre, y me congratulo de que forme parte de este ambicioso y obsesivo proyecto de uno de mis más queridos camaradas.
I.
Un enlace que informa de la exposición que contenía aquel Lenin
El Reina Sofía expone "el arte que contamina"
Y una curiosa noticia, de fecha 31/12/1994, sobre los problemas que causó la instalación de la enorme estatua
